Podré tener
14.002 perdigones en la cara.
Puedo tener, ahora que me giro,
otras tantas marcas en la espalda
del tapón de cada brindis de champán.
Podrá la piel de mi pecho ser los huesos,
que, por mis huevos
que seguiré sacándole punta a la otra mejilla
y mi sonrisa enseñará los dientes.
Por muy jorobado que esté
o que parezca
el cielo será la suela de mis zapatos,
y me veréis mirar hacia abajo para ver a mi puta vida.
Mi bastón no daba abasto porque basta con vestir
mi esqueleto de ladrillos.
Me levanto con el grito del centro de la tierra.
Con las bombas nucleares de mis piernas al crujir.
Con mis cuerdas gruñendo de contarles del silencio.
Masticando cristales.
Pero gritando.
Gritando
como
nunca.
siempre.
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